Wednesday, October 11, 2006

 

(EL TRAPO VIEJO)
No se ponen cueros nuevos en odres gastados, pero necesitaba uno vetusto para este rito postual. Se derrama por la mesa, hace tinta en la baldosa, le echarán la culpa a alguien. Limpie, no borronee.


Horas de oficina

Le han dicho mil veces que se fije al cruzar la calle. A los tres lados tiene que mirar: A la izquierda, para ver si se han detenido todos o marchan lejos; a la derer, porque nunca falta un loco asesino. Libres ambas vías, marcar entonces sí el ritmo hacia delante, saber que nos alumbra el muñequito verde -si acaso han instalado uno en esa esquina- y mientras se acorta el asfalto en el cruce, evitar esa manía de chocar humanidades, así sea una inquietante señorita la que nos haga bailar un chachachá en pleno paso cebra. Eso es lo que nos repiten, pero este cojudiablo que funge de mi amigo, se voltea al primer trasero redondeado, y una moto le tropieza, acaba con su pie varo, y una camioneta bufante, aun frenando a raya, le trastorna de la espalda a la rodilla, encargándose el pavimento de la próxima rotura, mientras el muñequito se pinta de entero rojo y su mano acerca y detiene, no sé si de vergüenza o de la pura rabia que nos hace dar este inconsciente.
Yo quiero ir al trabajo. Mas en este punto ir al hospital es prioritario. Si alguien avisa a mamá que lo haga pronto, que para números no estoy, que venga a vernos, que me empiezan a arder las costillas de verlo ahí tirado al tonto irresponsable, ¡cuántas veces diciéndole lo mismo!: cuando sea al trabajo, vaya directo y concentrado, porque ya la próxima lo echan. Un patazo place darle al hijo cabro éste, place abrazarlo allí en su pequeño charco. La gente que me auxilia titubea entre llevarlo a la vereda o no. Un señor neceaba en la maniobra, afirmaba estar inmovilizándole el cuello. Entonces sonó la ambulancia.
Al tercer día en el hospital, un doctor se atrevió a decirnos que podría perder el movimiento de las piernas. Por un momento repartimos la inmovilidad entre los presentes en la habitación. La novedad tuvo minutos que le siguieron a rastras, una constató los vanos sacudones de el encamado; él pidió unas muletas, me largué, creo que gritó, y creo también que metimos las voces en un palo seco y pulido, hasta que se calmó y golpearon por un instante sus ansias de ver la fantasía. Yo, compartiendo el sueño, traté de acomodar mi cansancio, no pude, pensamientos bamboleaban cuanto yo pensaba, todo volteaba mi espiración: Él colocaba su frazada por encima de su cabeza y huía de la luz por las ventanas. Lo que él pensaba, yo lo sabía exactamente. Claro, es ahora que el tipo anhela estar en su oficina. ¡Yo también quiero estar en la oficina! Desperté. En el trabajo quisiera estar abriendo cajones, guardando información, y no aquí, sabiendo que a donde él me arrastre yo seré su empuje. La compañía anónima y limitada.
Odiará acostumbrarse a la silla de ruedas. No sé por qué le informaron, ¡quizá esto aún no sea inminente! Ah, si conozco las astillas destruyen su cabeza, que preferiría quebrarse mejor todos los huesos en vez de andar a empujones como si la camioneta y el lodo se hubiesen confabulado para perdernos en el tiempo, se nos acabe el feriado al que asistimos, y, aún atascados, pedir a las células una grúa, si es que hay algún tejido libre, si es que uno de sus empleados musculosos o huesudos tendrán la paciencia de ir a nuestro charco a sacarnos del atasque.
Yo quiero ir al trabajo, pero este ofuscado mira a la ventana de nuestro cuarto piso; si tuviera él fuerza en las piernas no le costaría arrojarse de vuelta al pavimento y zafar con el asunto; pero si tuviera fuerzas en las piernas se fuera caminando ya, con el yeso bien firmado, contento de no ir al trabajo estos días y alargando la licencia, además de mimado, guiñándole las faldas a cualquier semidoctora que pasase; pero como no tiene fuerzas en las piernas regresa a observar la dimensión de la ventana; y como sigue sin sentir las fuerzas, aunque puja y puja, no podrá ni asomarse a calcular donde romperse de una vez la memoria.
Y me alegro, porque una vez enterrados, lo reconozco capaz de inventarse una cojera en mi camino al paraíso; y mientras yo me quedo absorto en su pasito, hasta atinar clamar a los truenos: ¡Camina, puede caminar! ¡Bendita sea!, él seguramente aprovecharía mi descuido y se dirige a los infiernos, pensando quizá hallar mejores traseros.
Y otra vez seguirlo, irremediablemente.
En estos momentos, nos inyectan una solución que asegure nuestro sueño. No era necesaria, yo le arrullaba los cabellos y surtía mi efecto.
Dspertamos y quiere decir que pudimos dormir. De la mano de alguien, el diagnóstico ingresa por la puerta. Mamá tiene un rostro impenetrable, los médicos también. Entonces él nota las mil veces que le he dicho lo mismo y opta por la desobediencia una vez más y me pide con la mayor desfachatez que vuelva a la oficina y yo le hago caso, puntualmente, hago caso, doblo las esquinas, hasta doblo cisnes y barcos en mi receso.

Comments: Post a Comment



<< Home

This page is powered by Blogger. Isn't yours?